Loco devorador de mi carne,
asesino implacable de mi sed,
qué nostalgia tengo de ti!
No exagero
al decirte que te invento
en cada rincón,
que saboreo gozosa
sudores y olores
y cierro los ojos
y sigo viendo
los tuyos mansos,
entregados,
mirándome erguida
galopar en la cima.
Y si desato soberbia
la ira,
y maldigo la suerte,
es sólo
por lo contrarias que son
tu vida y mi muerte,
tu muerte y mi vida,
pero como un sino inexorable
arrastro las horas
que he recogido del mundo
a tus pies...
para otra vez ser víctima
de la gloria
que se teje en la tormenta
de tus manos en mis muslos,
tus piernas, las mías...
se entrelazan
y un labio, el otro...
sucesivamente
irrepetiblemente...
¿Qué tregua más podría desear
sino la instantánea vida
que fecundas en mi?
Quédate otra noche, hombre,
a exaltar la luna con el febril
aliento que estalla insolente
de los cuerpos consumiéndose
y caigamos derribados,
naúfragos en una mar
de leche y sal,
constelados por los besos.
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